... entramos en un tiempo sagrado de renovación espiritual conocido como la Cuaresma. La celebración de la Pascua no puede entenderse y vivirse plenamente si no se toma el tiempo necesario de reflexión y evaluación para determinar nuestra realidad espiritual y moral ante Dios, individualmente y a manera de comunidad.
Los científicos sociales dicen que se necesitan veintiocho días para cambiar una costumbre. La Cuaresma nos pide que cambiemos más que una costumbre. Estamos invitados a cambiar nuestras prioridades y el enfoque de nuestras vidas. Quizás es por eso que la Cuaresma dura un total de cuarenta días y ocurre todos los años. En la Biblia, el número cuarenta tiene un significado especial que indica un espacio de tiempo en el que ocurrieron sucesos importantes. Noé y su arca estuvieron bajo la lluvia durante cuarenta días y cuarenta noches. Moisés pasó cuarenta días y cuarenta noches con Dios en el monte Sinaí. El pueblo hebreo vagó por el desierto por cuarenta años tras su liberación de la esclavitud a la Tierra Prometida. Jonás le dio a la ciudad de Nínive cuarenta días para arrepentirse. Y Jesús ayunó en el desierto por cuarenta días y cuarenta noches. El objetivo de todo cristiano es terminar la Cuaresma siendo una persona de fe más fuerte y energética que cuando comenzamos. Entonces, la pregunta sigue siendo: ¿podemos mejorar y ser mejores?
El primer día de la Cuaresma comienza con una tradición sagrada de recibir cenizas. En nuestra liturgia actual para el Miércoles de Ceniza, utilizamos las cenizas de ramas quemadas de las palmas que se distribuyeron el Domingo de Ramos del año anterior. El sacerdote bendice las cenizas y las impone mientras pronuncia las palabras: "Recuerda que eres polvo y al polvo has de volver", o "Arrepiéntete y cree en el Evangelio". No importa si recibimos las cenizas en la frente en forma de cruz o si se colocan en la coronilla de la cabeza, el significado es el mismo: reconocemos que somos pecadores y necesitamos un salvador. Nuevamente convertimos nuestros corazones al Señor, quien sufrió, murió y resucitó por nuestra salvación. Renovamos las promesas hechas en nuestro bautismo, cuando morimos a la vida anterior y resucitamos a una vida nueva en Cristo. Finalmente, conscientes de que el reino de este mundo es perecedero, nos esforzamos por vivir el reino de Dios ahora y esperamos con ilusión su cumplimiento en el Cielo. En esencia, morimos a nosotros mismos y resucitamos a una vida en Cristo.
Los católicos asumimos cada año las prácticas cuaresmales de oración, ayuno y obras de caridad. Estas prácticas nos ayudan a recordar el amor misericordioso y la compasión que Dios muestra a todos. Al participar en estas prácticas, caminamos con Dios y nuestra comunidad hacia la celebración del Misterio Pascual de nuestro Señor. Junto con los que se preparan para integrarse a la Iglesia en la Vigilia Pascual, nos esforzamos por vivir con mayor fidelidad el llamado de Dios de ser misericordiosos, amorosos y compasivos con quienes nos rodean. Nuestras obras de amor con sacrificio y en oración dan testimonio tangible, a quienes nos rodean, del amor de Dios. Recientemente leí una manera simple y profunda de recordar el propósito de la oración, el ayuno y las obras de caridad:
La oración es amor por Dios; el ayuno es amor por uno mismo; y las obras de caridad son amor por los demás.
Mis hermanos y hermanas, ¿podemos mejorar y ser mejores? Sé que la respuesta es: SÍ, con la ayuda de Dios. Al prepararnos para la Cuaresma, esforcémonos por enamorarnos más profundamente de Dios, alimentar nuestras almas colectivas y buscar formas de servir mejor las necesidades de los demás ... haciéndolo todo para glorificar el Santo Nombre de Cristo.